lunes, 1 de marzo de 2010

Destejer, pulsar.

Estimados cabos:
Hace días que no enhebro aguja en parajes como este.
Diremos que la vida común, la busy vida, me ha robado más tiempo del que yo quisiera.
Os diré también, que el rumor de vuestras madejas me ha seguido llegando sin interferencias.
Hoy me apetece hablar de algo que tiene que ver con esto y que se relaciona constantemente con el ruido y el silencio. Hoy me apetece hablar del tiempo. Antes de seguir con esto, os advertiré que no se trata de una conversación de ascensor (o tal vez sí, ya que me sirve como vehículo para llegar a un nuevo piso, o como intervalo para volver a restablecer un antiguo contacto). Luego me diré, que hablar del tiempo no es algo tan intrascendente como puede parecer, y que a veces, en los ascensores suceden (en poco tiempo) intervenciones de lo más memorables. Añadiendo a eso que hablar del estado meteorológico es de las pocas cosas que nos siguen conectando con la naturaleza que nos parió (estemos dónde estemos en aquel instante), admitiré que entonces, otra vez, hablar del tiempo no es nada tonto (y que las conversaciones de ascensor, tampoco lo son). De que sucedan actos recordables en ese lapso de tiempo, es debido a que al condensarse el tiempo (y la temperatura) en un espacio pequeño (y suspendido en el aire) nos puede llevar o a contener la respiración (y a que alguien nos ponga desde fuera en “pausa” o nos haga desaparecer), o a sintetizar nuestras palabras e intenciones a modo de esencia infalible, permitiendo así aflorar de nuestro interior emergencias inesperadas. Es en momentos como esos cuando el tiempo da giros que minutos antes no hubiésemos llegado a imaginar, y nos damos cuenta de que un reloj, tan solo marca un frío compás, siempre el mismo, y predecible hasta el final. Entonces podemos decirnos que las agujas que cosen ese ritmo llamado tiempo no tienen nada que ver con el tiempo auténtico, o ese que viene marcado por cada ente particular. El reloj de cada uno (el pulso) es el único del que nos podemos fiar (aunque a veces nos la juegue).
Y con estas pequeñas observaciones me voy, por poco tiempo, a destejer los pedazos que se quedaron colgados entre las nubes y el vendaval.
Que la fuerza (de vuestro tiempo) os acompañe.