Las sombras
se marchan
con el ruido de los pájaros
que crujen
bajo la almohada.
Y los secretos
se quedan
tendidos
en un cajón de hojalata
lleno de agua
hilos
y cortezas de árbol.
Tenemos
las manos llenas
de retazos impares
y de hojas sin afilar
de números alternos
de semanas muertas
de minutos anchos
como larvas de mimbre
de segundos cortados
por un azote remilgado.
Nuestras sombras
sólo son luz olvidada
sólo mascotas que abandonamos
un día al atardecer
después de un baño
de un té y de una tostada
después de una larga y bochornosa siesta
de verano o de primavera
después de un invierno
que no tardó en terminar
después de muchas horas
de cuerdas arrastradas
en las esquinas
en las paradas de bus
en la alfombrilla que nos saluda
cada vez atravesamos el umbral
de nuestras casas.
Esas sombras alargadas
nos miraron por debajo
de sus lentes ancianas
y sorbieron un último trago
antes de convertirse en pasajeras
del otro lado.