viernes, 23 de septiembre de 2011

Clara, La casa de los espíritus












En la casa de los espíritus de Isabel Allende, otra sumersión de este verano, también se bucea en el encuentro de las clases sociales, entre la riqueza y la pobreza, así como entre lo convencional y lo no convencional, lo socialmente aceptado y lo socialmente no aceptado, los vivos y los muertos. La casa de los espíritus es una novela que revuelve las tripas, y contra todo pronóstico de Bolaño (“Me parece una mala escritora, simple y llanamente, y llamarla escritora es darle cancha. Ni siquiera creo que Isabel Allende sea una escritora, es una escribidora”) (1), me arriesgo a decir que es una "cuentahistorias" magnánima, y que esa virtud tiene un valor incalculable para los habitantes de la sociedad. No es tanto la forma como el contenido. Considero que, por lo menos en esta novela, ya que no he leído otra de esta autora, manifiesta de forma clara y directa verdades que nos atañen a todos, verdades, que como dije al principio, revuelven las tripas. Eso me basta para conectar con ella. No me hace falta clasificarla como escritora o no escritora. (Es obvio que no se dedica a hacer metaliteratura). La literatura es, en un primer contacto, touché o no touché. Y me ha tocado profundamente. Lo que no me tocó tanto, o no del mismo modo, fue lo que vi al proyectar, una semana más tarde de leer la novela, el largometraje The House of the Spirits, dirigida por Bille August en 1993 (2). Es cierto que pasar a la pantalla una novela tan repleta de matices sensibles, perceptibles no solo con los ojos, así como tanta escala cronológica, no es tarea fácil. Lo que sí me parece difícil o penoso es recortar, desde mi punto de vista, los detalles que hicieron mágica la pieza original, o los que la dotaron de sentido y la sustentaron por encima de las otras como pieza de valor. La novela se llama La casa de los espíritus, y los espíritus de esa casa son la telaraña de fondo más sólida que hace de rejilla a todo lo que le sucede en vida a una estirpe familiar a lo largo de su propia historia. En el libro la fluidez entre vivos y muertos es constante, explícita y reconfortante. Ya no se habla de imaginación. Se habla de verdades. En la película tan solo aparece como anécdota o ilustración de un detalle que se presenta como casi cómico. En la novela “La casa” es un personaje vivo y palpitante que se asemeja a un laberinto en constante transformación. En la película la casa es sólo una casa, de cartón piedra. En la novela hay un sinfín de personajes que dotan de importancia a todo el conjunto, como en una partida de ajedrez, en la que ninguno de ellos podría quedar fuera, porque para ese entonces el juego ya no tendría sentido. En la película se saltan una generación entera, y quedan fuera muchos personajes que me hubiera gustado ver plasmados en la pantalla. Me da pena que un tesoro así se quede guardado en el fondo del armario, y que cuando consigue salir, salga tan poco y tan bidimensional, tan ciego, tan banal. En la novela se habla delicadamente de cada uno de los embarazos de la protagonista más fuerte, Clara, y nos ayudan a definir y comprender cosas que no se ven y que por el contrario son claves de conciencia, conciencia generacional. En la película hay hijos que dejan de existir (dos gemelos y una nieta que se abrevia o solapa en hija) y los embarazos junto con la evolución del personaje de Clara se fusilan. Escribo este post para devolverle un poquito de relevancia a esta novela que trata de revelarnos secretos arraigados en la historia, secretos difíciles, sangrientos, claros y transparentes como el personaje interpretado, en la película, por Meryl Streep.

(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Isabel_Allende
(2) http://www.metacafe.com/watch/4183789/the_house_of_the_spirits_movie_trailer/
(3) En la imagen, personaje de Blanca en la película, que une a los personajes Blanca y Alba del libro.