Hoy es el día de los espejos. 11.11.11. De esos espejos que podemos encontrar en un salón de un parque de atracciones, en el que entramos y decidimos perdernos entre nuestros 1.111 yos que nos cruzamos en nuestras 11.111,1 vueltas por ese espacio singular y gracias al cual al fin y al cabo conseguimos reencontrarnos en 1 solo reflejo y 1 solo pedazo de carne que somos nosotros, vivos, habitando sobre 1 sola tierra que rueda. Por 1 instante somos capaces de meternos en espacios y recovecos desconocidos, espantosos o brillantes, por 1 instante encontramos algo que no olvidaremos jamás, y a partir de ese momento somos otro 1 distinto, otro 1 que ha encontrado su reflejo y se ha atrevido a atravesarlo. El juego de los espejos es tan solo engañoso si 1 lo ve desde fuera, pues cuando 1 se atreve a atravesarlo tan solo podrá encontrar la verdad. Y la verdad nunca se sabe qué forma va a tomar, pero lo que sí sabemos es que en este lugar nos la encontraremos de frente.
Escuchamos ladridos, niños, sillas moviéndose, vasos, canciones de cumpleaños, bolas de billar, pasos que se arrastran, nudillos repicando, grifos abriéndose, madres que gritan, copas, zumbidos, pitidos, y por debajo ordenadores, teléfonos y todo lo demás. Oímos trozos de conversación, y puertas que intentan cerrarse sin éxito, y vemos sombras alargadas pasando cerca de nuestra ventana, y creemos oler la luz, y creemos respirar el frío y también el tedio, y percibimos a la tarde escurriéndose sin nuestro reparo, sin nuestra amable despedida, sin nuestra mirada atenta. Nos deja el juego de los espejos como nos deja la brisa y se instala el frío seco o se instala el miedo, o se instalan las aves en el suelo o en los árboles o en los cables, o se instalan los hombres a dormir en las esquinas acartonadas o en habitaciones de colchón. Se van las 11:11h y se va el 11.11.11 sin un grito de guerra, sin una lágrima ni un tarro de sangre, se va tan digna como amanece, chirriando, pero sin avisar.
Escuchamos ladridos, niños, sillas moviéndose, vasos, canciones de cumpleaños, bolas de billar, pasos que se arrastran, nudillos repicando, grifos abriéndose, madres que gritan, copas, zumbidos, pitidos, y por debajo ordenadores, teléfonos y todo lo demás. Oímos trozos de conversación, y puertas que intentan cerrarse sin éxito, y vemos sombras alargadas pasando cerca de nuestra ventana, y creemos oler la luz, y creemos respirar el frío y también el tedio, y percibimos a la tarde escurriéndose sin nuestro reparo, sin nuestra amable despedida, sin nuestra mirada atenta. Nos deja el juego de los espejos como nos deja la brisa y se instala el frío seco o se instala el miedo, o se instalan las aves en el suelo o en los árboles o en los cables, o se instalan los hombres a dormir en las esquinas acartonadas o en habitaciones de colchón. Se van las 11:11h y se va el 11.11.11 sin un grito de guerra, sin una lágrima ni un tarro de sangre, se va tan digna como amanece, chirriando, pero sin avisar.