Tengo un corazón de plata
En la punta de los labios
Y no sé hacia dónde debo
Dirigir su bienaventurado
Ritmo de serpientes
Que se mueven
Como cintas de árbol
Como estelas doradas
Cuando el cielo está
En la tarde
Cuando los gorriones
Se dignan a hablar
Cuando los sonidos bailan
Uno al compás del otro
Y se acercan
Y se acercan
Y se vuelven a mover
Como la lava que se cuece
En el centro de cada
Corazón
Como las amebas
Que mueven
Los espacios lentos
Como los ladridos
Que se escuchan
Detrás de cada noche
Y dicen “nada”
“Aquí ya está el silencio”
Como los momentos
Que se quedan guardados
En un cajón curado
Cómo el vino
En la garganta
Y las amígdalas sonando
Bajo las olas del placer
Dormido en los rincones
Oscuros de todos nuestros
Órganos sumidos al tacto
De lo que ingerimos
Y de lo que no ingerimos
Más allá de la mente
Más allá de nuestros ritmos
Internos pero vivos
Como el pan y la levadura
Los cereales y la carne de cordero
El cardamomo, la sal y los dientes
Las espinas, el pescado, el ajo
El azúcar y de nuevo el pan,
Las naranjas y el café
Solo como la mar
Salada y aterrada
Por ser la gota
Que colmó la muerte
De cada historia
De cada vendaval
De tiniebla y luz pescada
Tras los agujeros terrestres
Y las ganas de volver a empezar
Cada vez que la vida se levanta
Con las cortinas
Con el olor a croissant,
Con dicharacheras encinas,
Con el viento entre cada tallo
Subiendo hacia las montañas,
Con las bocinas y la calma,
Con los nervios de estar vivo
Y perdido en medio de los vivos,
Con el temple de seguir siendo uno
Mañana tras mañana,
Con la tenacidad de seguir diciendo
Lo que se quiere con este corazón,
Con este corazón impreso
En la tormenta,
Siempre a punto de ser
Baño de tinieblas
O pastel de melocotón.