Sin querer ya estoy ahí,
en el fondo del pozo
de mis deseos,
descontando uno a uno
cuál prefiero ver nacer
primero, cuál me quiero
comer antes del desayuno,
sin nada en el estómago
vacío del presente
que me espera
en este día
con cielo
por capota,
con uñas congeladas
y ninguna sombra
detrás de mí.
Sin querer ya estoy ahí,
al borde de mi precipicio,
al final de mi cerebro
y en el inicio de mi sangre,
sin querer ya no quiero
nada más que lo que quiero,
ya no digo nada más que lo que digo,
ya no espero nada más que aquello
que me espera en el lado
que está más cerca de mí.
Sin querer ya no puedo
contener más el aire,
ya no puedo ver más sin ver,
ya no puedo dejar de sentir
como mi cuerpo se posa
en el alféizar de mi innata
sensibilidad, de mi canto respirado,
de mi lluvia y mi tormenta y mi calma,
de mi sabor cambiante y mis escamas de pez
o de lagarto, de mi piel vuelta
y de mis movimientos orgánicos,
de mi vorágine casual,
mi llanto,
mi desconcierto y mi puntualidad,
mi sonrisa,
mis sueños en dibujos de papel,
mis sueños sobre la mesa,
mi risa dibujada sobre la paz
de esta servilleta ardiente.