viernes, 4 de noviembre de 2011

Entre amar, o amar.

Entre el gobernador de mi reino

y la ley del desorden

no sé qué elegiría.

Entre las coartadas arrabaleras

y la luz límpida de palacio,

tampoco lo sé.

Ni entre quedarme vestida

o meterme riendo en el barro.

Ni entre llorar a trompicones

o no decir nada.

No sabría cómo elegir

entre vivir retirada

o entregarme al bullicio,

entre dormir doce horas

o pasar la noche en vela,

entre cantar o escribir.

Entre ponerme en medio

o quedarme observando,

entre luchar o abandonarme,

entre gritar o callar,

entre vivir delante

o dibujar siluetas tras el velo,

entre conducir

o ser llevada.

No sabría cómo hacer

para no dejar de ser yo

todo el tiempo,

para no arrinconar

siempre una parte

en todo momento.

Cómo sería elegir

entre el fuego y el hielo,

y cómo se vive sin elegir.

En dónde existe la coherencia

sino en la contraposición

de la propia esencia.

Por qué la coherencia

debería ser elegir

siempre lo mismo,

si podemos ser todo y nada

a la misma vez.

No podría ser de este siglo

sin dejar de ser de todos

los que acontecieron antes

y los que vendrán.

No podría graduarme en derecho

sin haber pateado antes las leyes,

ni renunciar a todo sin haberlo

tenido antes bajo mi custodia.

No podría miraros a los ojos

sin haberme visto a mí misma

desde el agujero más profundo

de la caverna gélida,

dónde duermen los pájaros negros.

No podría elegir entre pasarme horas

sentada con un libro o no estarme quieta,

entre viajar o leer o leer o viajar,

entre sentirlo todo o mantener el orden.

Entre tener una casa o vivir al descubierto,

entre entregarme o dirigir.

Entre sentir, o pensar.

Entre amar, o amar.

Entre soñar, o seguir soñando.

Entre comer, o cocinar.

Entre el gobernador de mi reino

y la ley del desorden

no sé qué elegiría.

Entre amar, o amar.

Entre eso siempre

elegiría amar.