No hay límites.
Y si alguna vez los hay,
existen para ser atravesados.
La transformación es una regla tácita,
trabaja en la sombra,
y tan sólo se distingue cuando cambia
de forma o de lugar.
En la escuela nos mostraron los límites,
pero nadie o muy pocos nos enseñaron
a atravesar paredes.
En la familia nos pusieron un nombre,
pero nadie más que nosotros
pudo enseñarnos lo que somos,
más allá de él.
Entre amigos y/o amores afloraron roles,
potenciales, destrezas, rocas y malezas,
pero ninguna de ellas tuvo el poder
de permanecer aquí,
ni de adquirir la densidad de lo eterno.
Nacemos y morimos tantas veces
cómo nuestro espíritu, mente y cuerpo
se permiten imaginar.
Y si no hay límites,
yo me permito volar.