Me rompí los zapatos de correr hasta el fondo de todas las paredes tapiadas con plomo, y descubrí que se podían romper una detrás de otra, desde mis pies, desde mis manos, desde mis gritos y mis esperpentos enajenados. Me rompí la cabeza y me la até a un cordón desatado, y seguí tirando hasta que el dolor se salía de mi ombligo y me obligaba a volver a tirar. Me rasgué las vestiduras, me rompí las armaduras, me cargué todo lo que era mío, me perdí en la vacuidad de mi nuevo ser des-maniatado y hecho pedazos. Me reí como se ríe el cristal de una botella rota en décimas de segundo. Me rompí como se rompe un espejo o una taza de té, o un cenicero, o una cáscara de huevo. Y seguí.