miércoles, 17 de octubre de 2012

Smog y contrabajos


Arrastré sombras por las montañas
e incubé mis monstruos en cabañas,
lancé tiestos con flores a los muertos,
limpié las tumbas con sábanas
y retazos de sol.

Me prohibí sentir las raíces
que me anudaban al lecho,
junté los huesos y esculpí
nuevas fórmulas y reuní
el valor para decir que no.

Permití que el tiempo se aireara
pálido entre mis cabellos,
susurré
“la nieve es un caballo enhiesto”,
perdí los papeles
y los volví a encontrar.

Fumé como fuman los gusanos
en un país remoto,
rompí collares y espejos y vasos,
me manché con vino, aceite y migas de pan.
Reemprendí el sendero de baldosas amarillas.

Me acostumbré al sonido de la sangre,
entendí a las sirenas y a los gatos,
pensé que hablar era un juego de locos
y que aprender componía un ejercicio singular.
Que las bobinas duermen.

Que recuperar los hilos es tarea,
al final,
de las parcas,
y que los nietos vuelven
como huracanes bajo el aliento púrpura
de los pozos sepultados por el smog.