miércoles, 30 de diciembre de 2009

El último pie; la nueva Icaria.

El último pie se queda sólo en el mundo, el último pie se decide a desconectar su marcha, cortarse los tendones y equiparar a Hermes en su estrecha línea divisoria. El último pie se desnuda de su propia piel y les devuelve el resto al resto de las serpientes, encontrando un vacío comparable al vacío que se abisma al final de las montañas de la vieja Icaria. Se queda contando cómo un tonto los últimos pasos, prendado a ese eco que con dificultades lo suelta, cuando le sobreviene el susurrar tintineante de una campana que va de graves a agudos hasta que por fin deja de sonar. “Ya estoy tranquilo”, se dice, “ya nadie me seguirá hasta aquí”. “Conseguí esquivar a los dulces y a los dolorosos, a los aviesos y a los tuertos también (…); ya por nada del mundo volveré a bajar de la montaña”. Pero entonces tras el sonido aparece una cabra, y ante la cabra unos cuernos firmes cómo espadas. La barba apuntando hacia el suelo le promete un punto de apoyo en tierra y le otorga el sosiego de los nobles, pero ya es demasiado tarde para seguir dando vueltas a ese mismo círculo. Pronto comprenderá que ya no hay nada que se pueda contar. “Trescientos veintitrés…”, se sigue diciendo. De un golpe la cabra lo empuja a la pendiente y él se agarra sujetado forzosamente por pelos y patas, de atolondradas y cornudas seseras, desconcertado ante el implacable cero en previsión. Y así, disociados sus pies y ensangrentados se han ido ya por otras suertes, mas sobretodo el único, el último pie, se desprende grácilmente y se eleva, aventurándose luego de nuevo al valle, desprecintando otra vez la piel que se extiende más allá del austero y despejado vaticinio de la montaña.

martes, 29 de diciembre de 2009

Galanterías y dulces; pura arena.

Ahora que el año comienza a ser de arena, dedicaré unas líneas a nuestro valorado, inocuo, escurridizo y metamórfico pasatiempo favorito, que es, nuestro único don: el tiempo que pasa. Le pediré a ese tiempo que no se ensañe con vosotros, y que de vez en cuando se olvide de su manía, no carente de odiosa caballerosidad, que consiste en dejaros pasar (siempre) delante. Le diré que se abstenga de “ustedes primero”, por lo menos por unos días, por lo menos por un tiempo. Él me mirará con sorna y galantería y evidentemente no-me-dirá-nada, pero luego me pasará factura con su clamorosa y dulce costumbre del “cómo-si-nada”. En un soplo encenderá un escalofrío en mi espalda, y al girarme veré mi piel girada ante el espejo. Y entonces me preguntaré qué ha pasado entremedio, me preguntaré qué me he perdido y por cuánto (…) tiempo. Le volveré a dedicar una sonrisa todavía no pérfida, pero sí engalonada, por todos los minutos que me hizo perder sin causa. Revolveré en mi bolso para ver si encuentro un arma eficaz, un algo infalible, cualquier cosa que sea capaz de atravesar ese espejo y arrebatarle el poder de la jugada (o más bien la jugarreta). Y entonces probablemente veré que lo único que me queda por arma son los dientes, y que de éstos, poco a poco, también se encargará de quitármelos. Y le diré, “¿qué absurda compañía me ha seguido a lo largo de estos años?”, y me dirá, “soy tu suerte y tu guadaña, soy tu muerte audaz”, y le diré, “menuda mafia tienes montada, sobretodo, eficaz”. Pero no se molestará ni en volverme la espalda, ni siquiera en darme ese maldito beso, sino que seguirá delante de mí, absolutamente inmóvil, observando con estoicismo y aplomo cómo me muevo al pasar delante de sí. Me dirá que me muevo muy bien, tan bien que le darían hasta ganas de retirarse. Y le volveré a amenazar con el dedo, y a decirle que no se le ocurra tocaros ni un pelo, por lo menos hasta fin de año, o me veré obligada a atravesar el espejo. Galanterías y dulces, amenazas y suertes; pura arena.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Cementerio de lava y angulas de metal

En la profundidad de las aguas yace el cementerio de lava. Se oculta en la sombra y se levanta cómo quién ha dormido cien años y decide regresar.
El regreso de la lava es noble y metal;
la que vuelve es zíngara y risueña
cómo las ranas que saltan
de lugar en lugar.
Enlaguecida cómo una esperanza vacua o postrada,
se alimenta de lo vertido y verde para resultar luego una llama vera y condimentada de verdad.
Verdad en la sombra, verdad de vertedero; asombro.
Y como nadie se decide a interrumpir la marcha desprecintada, ni nadie se decide a taponar lo ya enardecido e hirviente, la dicha reemprende y se prende, orgullosa de ser lago rojo sobre la tierra de los hombres,
envalentonada al ser
un camino nuevo sobre la piel del mar.

viernes, 25 de diciembre de 2009

*FELIZnonaVIDAd*

Y les siguieron desde lo alto, cómo espías en
la gran montaña. Intentando alcanzar la
estrella feliz, llegaron tres más. Olvidados del
ayer e inmersos en un nuevo mañana, una
noche blanca al fin, y un despertar vacío cómo
las olas que renacen sin más. Ni un sol ni una
luna, acordaron ser sólo palabras caídas desde
la luz. Persiguieron sin nombre las huellas de
los hombres, se acompañaron de animales y
sombras, llegaron sin darse cuenta a dicho
lugar.













En el medio un fuego y alrededor los
culpables, los mudos y los ciegos, encendiendo
a los libres resueltos de tal mortalidad.
Entretanto la arena y las raíces, más arriba y
más abajo la absurda profundidad. Un pozo
vuelto del revés, y todas las manos, sosteniendo
el pie. Les siguieron cantando, desde mucho
más alto, y luego cayeron juntos en un portal.
Se saludaron dos veces, cómo reyes quizás.
Abrieron seis botellas, se rieron,
comieron en paz.

domingo, 20 de diciembre de 2009

El séptimo vientre

Un árbol cuadrado en el espejo
y cuarenta filosofías más en el guardarropía.
Cuatro gatos afinando
y muchos uniformes más.
Abandonados bajo un tranvía que devuelve
sus súplicas tras las cortinas
y las retiene en cuanto asoman los rayos
de ese sol que siempre pierde
la partida a su reverso.
Cincuenta gatos y otra vez esas muertes
impetuosas por volver a morir.
Cuatro sillones y otra vez
todas esas muertes
condenadas cómo siempre
a pronunciar su réplica
y a olvidarse un tacón
en el quinto
o sexto
o enésimo lugar.
Y ese sello torcido
en el séptimo vientre
que se abre.

martes, 8 de diciembre de 2009

El rifle cimentado (y las flores bajo el mar)

No dudaste en salirme a buscar.
Pero te faltaba volver una vez saliste
a encontrarme en el otro lado del río
—allí dónde los peces llegaban a miles—
y rompían las compuertas de velocidad.
No dudaste en decir sin preguntar.
Pero se te olvidó el hacer sin decir
y la nada una y otra vez en los espejos
—ajenos de tanto dibujar—
y el vacío tras ellos, instalado; duro imán.
Y se me fueron las ganas de ajustar la luz
antes de salir, quizás por falta de raíz,
quizás por esas cosas todavía por decir,
—y por tantas otras muertas sin fin—.
Tan sólo vale una mentira con clase
y bien cortada—si ésta se ejecuta
y dura (como un rifle) hasta el final—.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Como la sal.

Entonces decidisteis cerrar ese lugar
tan triste y tan zurcido (por lo menos fruncido)
y acostumbrado a morir no más tarde de las 3h.

Pensasteis que quizás así dejarían de
amontonarse palomas y alcantarillas (murciélagos)
y otras ratas del lugar.

Imaginasteis que los ladridos y las chimeneas
se harían trizas en un abrir y cerrar de ojos (un par)
pero tuvisteis que empecinar tres vigas a un trozo de pan.

Ya os advertí que ni las fiebres ni las copas
tendrían la suficiente furia de escapar (huir del lugar)
y que quedaríais tiesos en el intento. Como la sal.

sábado, 5 de diciembre de 2009

La vida en verso

Soy pan de dinamita o carne de lago azulado.
Soy negra estirpe o blanco demencial.
Soy montón de algarabías calcinadas hasta rebentar,
o rebentones que se quedan
sin aire y se sientan, sin más.
Soy un desván de colchonetas, a un lado,
o ese bosque que queda, al final.
Soy toda la luz o toda la oscuridad.
Somos dos que chocan,
que se amigdalan y presienten,
ese límite crucial (y ese lento germinar).
Somos, esas dos fuera de lugar,
esas dos inquietas por saltar.
Somos rosas y espinas,
como todo dueño digno de collar.
Somos todas las muertes
y todos los que nacen encima,
(todas las vacas del portal).
Soy, ese dos de dos,
ese eterno umbral,
esa flor que brota
en el alféizar saliente del otro ventanal.
Sesgando siglos y siglos,
(y siglas políglotas y globos de glicima y miel).
Cuánto tardan en cruzar la entrada los que entran,
cuánto se demora la pausa en este parón que es
la vida en verso,
la eterna exiliada,
la espalda enajenada,
la lavativa,
la traspuesta,
la nunca más volver a empezar.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Microrrelatos (o poemas) de 151 palabras: Historia de un plagio (de la mano de León Felipe). Un signo.

Un signo quiero un signo un signo un signo.
Permitidme encontrar la señal
escondida bajo las piedras,
y ya no me deis más réplicas.
Ya no enterréis más sonrisas enajenadas.
No me contéis más cuentos.
No me digáis más palabras mascadas ni tuertas.
Están todos enterrados bajo nuestras mantas.
Están todos ensoñados
en nuestros corazones siniestros de anteayer.
Están todos sellados y archivados
en las cajas fuertes de nuestro azulado Rey.
No supongáis nada.
No repitáis las palabras del pregonero fiel.
Hay réplicas exactas de todas las tragedias.
Hay crónicas de cada huella en nuestra piel.
Permitidme encontrar ese signo
bajo nuestro fuego de Ley,
y ya no encubráis las salmodias más.
Dejad de ovillar la circularidad del mito
en un mismo cuenco agujereado y sin final.
Dejad de decir que nuestra rama
sigue siendo dorada en el ventanal,
cuando las serpientes lloran.
No más cuentos más.
Llovemos cristal.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Frío sin fin

Ese irremediable fin,
que se sube por las paredes
y mata. Mata al fin.
Ese fin voluble y firme al poco
de llegar a las nubes, ese
acostumbrado a ser el último
que llega. Y que llega al fin.
Ese fin finísimo de filo en mano
errada, precoz y atormentada,
demasiado joven y auspiciada,
entrenada para aprovechar
en todo momento
las últimas migas del pastel.
Ese fin de semana ardiendo,
urdido en nuestras sombras vanas,
vanas por no ser más que sombras
dibujadas sobre una colcha,
o sobre un sofá.
Ese fin que nos deja al final,
ensangrentados y diestros,
precocinados cómo aquél
que confundió su andén por el nuestro
y nos metió en una caja luego,
acompañados de espinas y de trajes por usar
y nos metió finalmente en venta,
a la vuelta, en la estacada, en su propio pajar.
Y si ahora, si ahora ya no vendemos palomas,
será que nos quedamos sin estiércol,
sin cubiertos, sin huesos esfenoides,
sin golondrinas, sin humos ni hermanas
que acompañen las fuentes,
sin serpentinas ni esferas,
ni tan solo esfinges al final.