sábado, 31 de enero de 2009

En un instante (se cruzan los estancos)

Mi corazón arrastrado se escurre por las bañeras del desentierro. – De aquí a ninguna parte – me dijo un pez. – Pero llévate el disfraz, no sea que los pájaros vuelvan y te vean cruzar. -

viernes, 30 de enero de 2009

La decisión crea espacios

Lo decidieron antes de comenzar.
Y muchos de ellos –los que participaron-,
no abrieron los ojos hasta después de haber terminado.

jueves, 29 de enero de 2009

Pájaros bajo el agua

Hoy los pájaros vuelan bajo el agua.
Decidimos esperar quince años.
Treinta lunas atrás.
Para darnos cuenta al final
de todo aquello que supimos
nada más empezar.

miércoles, 28 de enero de 2009

(En) un lugar una mancha

Tengo un lugar una mancha un reloj que brota y se queda sin alma.
Tengo un corazón que huye como las plantas,
para crecer más fuerte en otro lugar.
Tengo un lunar que se marcha un rincón que rota y se queda
sin habla (en) ningún lugar.

martes, 27 de enero de 2009

En el borde Urano (se escapa de la espalda)

El bosque prometía raíces y piedras,
tallos y lombrices
y ciudades por existir.
Se preguntaron,
- hacia dónde el este -
y volvieron a subir
apurando el reverso de las montañas,
húmedas o blancas
y a veces cubiertas de hiedra o sal.
También con musgo,
peinando sin dudas,
sabiendo aún,
retomando y diciendo
- el verde escarpar -.
Refinando esas horas tiernas
y sabrosas como el mar
que tan cerca está de la montaña
porque cerca del borde se persigue y va.
Urano se escapa.
Tú, te vas.
-No tengo más heridas-.
-Ni más piedras en mi espalda-.
-Yo sí bóvedas, quizás-.
De la noche en que esperamos
sedientos y mullidos,
acunados sin riesgo,
en el borde y aún,
prometiendo raíces
y piedras cometidas
al pie (todavía juicioso) de la montaña.

lunes, 26 de enero de 2009

Cortinas y rieles

El cielo está lleno de nubes blancas
y vientos que se acercan
con simientes huracanadas.
El cielo está lleno de lunas nuevas
y torres cortadas, de luces y lámparas,
de cascos antiguos que se marchan
tras los pies de los caballos.
Hay quién se agacha esperando
recoger las flores,
-pero estas vendrán mañana-
conectadas y llenas de gracia
para ofrecernos lo que nadie quiso
presentir ni ver,
tras la niebla que cedió
el ocultamiento de la llave
y nos prohibió caminar pegados,
-cual pegasos osados-
remordiendo campanas
y bramando solos,
revolviendo papeles y adoquines
y soñando solos,
-sin el sostén de las paredes-
atestiguando el ayer
y devolviendo el mañana,
y caminando solos,
murmurando
cortinas y rieles
todavía,
al unísono de los caballos.

viernes, 23 de enero de 2009

(tal vez, telón abierto)

*
La luna sube sube sube con todos nosotros
La luna sube sube sube (pero no está arriba)
La luna sube sube sube y sin pensar se cae
En el fondo (de todos estos lagos sin fondo)
Que empiezan si quiere
La luna en el fondo no está arriba
Ni tampoco está en el fondo
Pero nosotros estamos en ella
Abocados a ella
Pendientes de ella
-Si nos quiere subimos un poco más-
Y aplaudimos a este falso espejismo
Que se llama nada (y ligazón)
Que se llama “pendo de un hilo
y me acuesto sólo si encuentro un colchón”
Que se llama lámpara encendida
Recordatorio de una muerte pertinaz
Memorándum del continuo segregar
Acicalado de las plantas y los dedos
De las uñas que crecen
De los pelos que no cesan de trepar
-Así mismo como una enredadera-
Verde hiedra que sube en el portal
Madrugada que sube y sube y sube
En su compás
Desatinado y sencillo
Resuelto y perspicaz
(tal vez, telón abierto)
*

jueves, 22 de enero de 2009

Circuito cerrado (círculo y final)

Cuantos documentos perdidos en este espacio circular
-si me permiten decidí olvidarlo-
que se convierte en círculo con una cremallera
que cierra y que encierra
y que termina el ciclo infinito
-el cíclope sagaz-
la desesperación del hombre que ya no sabe manejar
el desapego total de los valores aquellos descritos en la memoria
confirmados quizás, alguna vez
-y para qué, si ya no sirven-
tan solo un grito más
y otra cola de caballo
-la última quizás-
que se queda encerrada en este barrizal
cubierto de papeles perdidos y estrechos
-de composturas fugaces-
de fiebres banales y valores muertos
-cuánto pesa tu letra y tu mentira-
y tu débil pisar
cuánto valen tus palabras cojas
si así pesan tus actos y tus manos
tu pérdida, sonrisa
tu círculo y final.

martes, 20 de enero de 2009

El fenómeno crístico

Si nos llenamos las manos de cántaros que arden
y guardamos los cristales
-quizás entonces-
llegaremos a tocar aquello
que no se puede ni se debe tocar.
Si sin las manos entonces
llegamos a alcanzar,
al fin sí habremos llegado
a aquel lugar
inaugurado y preciso,
completo y plural.
Y ya no lloraremos si nos queman las manos
porque tendremos ganas
de pelear bajo el hielo,
de merendar palomas
y de subir las alas
consumidas
que ahora nacen
-hundidas-
bajo el mar.

jueves, 15 de enero de 2009

1 sentido

La piel es el límite que nos separa del mundo y el tacto es el puente que nos acerca a él. Si la visión es mi futuro y el olfato es mi memoria, el tacto es entonces auténtico ahora, bofetada que te despierta y te conecta en un instante, sin rodeos, y te devuelve al tiempo y a la tierra, a la verdad del presente.

lunes, 12 de enero de 2009

domingo, 11 de enero de 2009

La nieve del nueve, y cómo empuñan sus codos los caballos.

Me han visto cruzar el invierno mil veces, con mis labios de paz, mi tormenta fugaz, mi delirio y mi tiempo y aún relajada y tenaz, como las cabras que se adentran en la plenitud sesgada de la montaña.

sábado, 10 de enero de 2009

El rincón de los trece sellos

Tengo veintiséis cántaros a mis espaldas que piden y chillan por ocupar su plaza. Hubo más de trece hombres que buscaron refugio en sus rincones dadores de barro y agua, aunque sólo trece de los grandes. Por cada uno de ellos hay una sentencia y hay un año entero de arena, que es el tiempo que se queda al fondo por cumplir condena, informándole a mis guardias del suceso irreversible, de la escena incombustible en la celda veintiséis. Ya pagué los trece sobres. Ya estampé los trece sellos. Ya juré mis trece llantos por cada encarnizada sobre mi piel.

lunes, 5 de enero de 2009

El hilo y la serpiente (el reto del halcón)

El mar ha sido un instante, un instante de esta serpiente que cruza y que se extiende entre continentes. Sabemos que es el hilo del que debemos tirar para subir al barco, este lugar en movimiento que nos muestra la inmensidad que nos queda por recorrer. El mundo nunca termina si subimos más, si subimos retados como el halcón que nos espera siempre, el que nos tiende la cuerda cuando decidimos alzar la vista al azar, el que nos prueba y nos echa, nos devuelve al mar.

domingo, 4 de enero de 2009

Oda al “hombre de los morritos”

Hay un par de bares de B. con nombre de animal, a los que si vas entrada la noche, encontrarás permanentemente sentado en la barra al “hombre de los morritos”. Lo escribo entre comillas porque no creo que él se haga llamar así, pero es bien claro que si das un repaso a lo largo del panorama de la barra, lo primero que sobresale de esta estructura humana sólida y bien anclada, son los labios fruncidos con los que apunta a todas partes. No son labios trabajados por las agujas de un quirófano, ni son labios rellenos; son labios llenos de naturalidad, aunque ligeramente, mejor acentuadamente fruncidos por un gesto de profunda concentración. Hay quien frunce el ceño, y él, frunce los labios. Los morritos son el centro de su rostro. El primer día que lo vi, cuando ya había acabado de leer el periódico y pasaba a la fase de inclinarse ligeramente hacia el público (la zona de las mesas) para observar con detenimiento y distracción a su misma vez el ir y venir de humo y conversaciones, pensé: - Ese hombre nos está lanzando besos-. Me pareció una escena muy graciosa, porque al no poder distinguir a dónde dirigía la mirada, me dio la sensación, después de apreciar que lanzaba besos a nuestra mesa, que quizás estaba lanzando besos a todas las mesas del bar. Me dije: - Ese hombre es muy gracioso. O muy amable. O tiene mucho amor que dar. Puesto que tras su aspecto lejano al del gentleman, no se priva de sacar lo que lleva dentro e intentar seducirnos a todos-. Luego también pensé que quizás llevaba unas copas de más, puesto que ese puede ser el resultado de estar muchas horas sentado en una barra. Aun así, fuera como fuera, ese hombre, sin ningún pudor, se pasaba la noche mandando “besos”. La siguiente noche que volví a ese bar, el hombre seguía allí. Sus morritos seguían intactos, y los movía como de costumbre; del periódico al fondo de la barra, del fondo de la barra al espacio abierto de las mesas, y luego otra vez al periódico o a la zona del camarero o al techo. Ahí comencé a darme cuenta de que esos besos no eran fruto de un día, de una noche de pasión, sino de dos. Ese hombre, volvía a repetir la jugada. Seguía pareciéndome muy gracioso, sobre todo por la ambigüedad de su postura, por el equívoco abanico de interpretaciones y mal interpretaciones que el acontecimiento suscitaba, y segundo, doblemente, por la repetición. Otra noche, se me ocurrió ir a otro bar del mismo dueño que quedaba a una manzana del primero, y cuán fue mi sorpresa al percatar su silueta firme e inamovible sentada en la barra. Me pareció increíble. Pensé: - Este hombre no se mueve, pero está en todas las barras-. Sobre todo en aquellas que llevan nombre de animal, pensé luego. -¿Será acaso un espía, un investigador, un controlador de calidad?-. -¿Será un actor en busca del conocimiento de la conducta animal en los bares? -. Y, ¿qué animal estará trabajando? - pensé. Probablemente el pez. Sus morritos se dibujaban tan en su sitio como de costumbre. Ningún cambio, ningún despiste, ningún desliz. Tan solo había cambiado de barra, y por supuesto de animal, porque tras el nombre de estos bares se esconde el secreto de una fábula y son animales que se complementan, así como podría ser el caso de una liebre y una tortuga. Pero si había cumplido la promesa de investigar el pez a lo largo de unos días, lo había conseguido. Pasé unas semanas sin acercarme por allí, y cuando ya casi había olvidado el acontecimiento, lo volví a encontrar; triunfal y corajoso como un león, lleno de vigor, y probablemente de orgullo por haber cruzado la frontera del mes. Apuntalado al pie de la barra, tieso como un palo, pero hinchado en pecho como un pavo real y floreciente en su faz, renaciendo en la extremidad no oculta de sus labios. Era él, el “hombre de los morritos”, guerrero todavía en medio de la batalla que procuraba la leyenda, sobreviviente de ese largo estudio que se había propuesto. -¿Qué duración tendrá su stage?- pensé. Sea como sea, se ha metido a fondo en el papel. Es un buen submarinista. Un buen pez. -¿Se habrán dado cuenta los camareros?-. -¿Se sentirán observados?-. -¿Comenzarán a tener el síndrome del “gran hermano” y habrán comenzado a padecer la psicosis?-. De hecho, si no recuerdo mal, hay bastantes camareros que han desaparecido y han sido substituidos por otros desde hace un tiempo atrás. Esto es un poco sospechoso. O quizás lo hayan contratado a modo de recordatorio. Recordatorio de algo. Recordatorio de la fauna submarina, recordatorio del mar, recordatorio de la pasión manifiesta o del amor sin complejos, recordatorio de la animalidad del hombre o de las fábulas y el camino por el que se tiene que pasar para llegar a concluirlas. Nada de esto me deja indiferente. Concluyendo, este hombre está haciendo muy bien su trabajo, y siempre mantiene la máxima discreción.

sábado, 3 de enero de 2009

El juego de los cobardes: la novedad (o la novena verdad)

He decidido que voy a pedir por vosotros
y voy a terminar aquello que empezasteis,
porque ya no os quedan más fichas
y habéis perdido las tablas.
Entonces es posible que si yo doy un paso,
vosotros sigáis la corriente, os echéis al agua
y juguéis con piezas incubadas en la novedad.
-Así firmemos en el salón de la novena verdad.-

viernes, 2 de enero de 2009

Mirlos con canas (y máscaras de barro)

Si el corazón nos barre y somos máscaras del destino
atestadas de mirlos (ya no tan blancos),
convenceremos al que nos dijo
- Ven, yo plaño
y discutiremos sin sentir apenas
cientos de tardes condecoradas por morir,
trabajando zapatos en la ciudad que muerde
y remendando los pedazos de acero
que se fueron en la noche del disparo.
Y creceremos más (más altos, más enhiestos)
y sonreiremos con la sonrisa de aquél otro,
aquél que tuvimos delante
preparado para dar el salto,
el golpe del traspaso,
pañuelo que no se cansa de recorrer el mundo,
enamorado olvido de un colchón anestesiado y fiel,
pero caduco, perro y singular (sin ademán de irse),
y cansado de estar, hundiendo en el sillón de lo omitido,
pensando que pensar es siempre lo más relevante,
cosiendo despacio, diciendo
- Yo sé decir
- Pero tú mueres
Y ya no queda más fuerza que la de los dados,
esos que nos sorprenden cuando creímos lo contrario,
y bebimos de aguas calcáreas, exentas de tantos minerales,
estancos verdes y acabados, profundos como los pozos
de antaño, esos que guardaban todas las monedas
que el tesoro que encontramos prometió conservar.
Para ese entonces, puede que el barro nos cubra las canas,
y entonces sí entonces, sí saldremos dispuestos a cantar.