lunes, 29 de noviembre de 2010

Ni el rigor ni las plantas (las estrellas se esconden debajo del cristal)

Las estrellas se esconden debajo del cristal,
e insisten, e insisten, e insisten en comprar
caracoles por monedas, alas por pan.
Los agujeros se atrapan bajo el cielo
y aparecen cuando pueden en forma de luz,
pues se desesperan, pues se desesperan,
pues se desesperan si nadie los ve.
Los corazones enlatados no laten
si el sonido no existe tras la paz,
y a veces muerden, se muerden,
muerden sin pensar que hay más.
Detrás los rombos, picas, señales
y bastos y nada con qué luchar,
ya que marean, marean, marean mal
sin vicio ni cortina ni reposapájaros;
ni brillo ni cantar tras el sueño
o el reposo crepuscular.
Las estrellas se vuelven pues
dormidas a esconder
su huella de esquina,
su última angostina,
su estría y su prueba,
su hueco y su bravía, su mal singular.
Los huevos y las estrellas pues
se mueven y se muerden
o se pierden si mueren
como la yema de los trozos
disecados de una parte
que no encuentra rincón
para pensar.

martes, 16 de noviembre de 2010

Una corona y una manzana de cristal.

Me prometieron que saldría ilesa
si me hundía hasta el fondo.
Si luego salía.
Me prometieron que no me crecería
ni un pelo blanco, ni una
incomodidad en la piel.
Me prometieron que sólo me sabría viva
si conseguía llegar hasta el final
de la escalera para luego volver.
No me dijeron si luego habría alguien
esperándome al otro lado.
No me hablaron de que hay plantas
que perecen por el camino.
Tampoco me hablaron de que las piernas
no son las mismas cuando vuelves,
de que los ojos a veces no ven,
o ven distinto,
de que las manos saben más
y sienten menos;
de que respirar, cuesta siempre
un poco más.
No me advirtieron de que muchas veces,
la mayoría de las veces,
casi todas las veces,
después de ir, no vuelves.
Me prometieron que tan sólo podría
iniciar una vez este viaje,
y que estaba en mis manos
emprenderlo o no.
Me prometieron que mi alma entonces
saldría ilesa —del cuerpo no me hablaron,
ni tampoco me hablaron de las plantas—.
No mencionaron que el hombre tiene
muchas pieles que duelen,
y que ese dolor no importa.
Me hablaron del dolor que sufriría
si algún día llegaba a no sentir nada,
si no pensaba, si no decía nada,
si no comunicaba a los demás
todo aquello que nos hace a todos iguales.
Porque el dolor de la muerte sólo duele
cuando uno está en pie, si no se mueve.
Porque el dolor de la muerte sólo duele
cuando llevas a la muerte infiltrada
en tus paredes, en la membrana timpánica,
y no eres capaz de decirle que salte.
Me dijeron que no debíamos cargar
con los muertos, pues estos a nosotros
siempre nos dejan estancos.
Me dijeron que debíamos
emitir sonidos para vivir.
Me preguntaron si sería capaz
de volver tras haberme hundido,
tras haber llegado al final
de la escalera, si sería capaz
de andar sin miedo
para salir ilesa.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Ventanales cósmicos y madera ardiendo.

Bar Continental, 13.11.10, Bcn. Cosmic Grass.
Estos chicos suenan bien. Tuve el placer de estar ayer noche envuelta en sus redes, sus redes de su hoguera que arde, sus redes de sus ritmos que se erigen voluptuosos y esculpidos como clavos. Tienen mucho cuerpo y mucho sentido, sentido de saber desde dónde emiten sus ondas, desde dónde extienden sus redes mágicas, desde dónde eligen cada nota y cada canal acompasado, que se entrelaza y sube hacia otra parte con el siguiente. Son belleza y no sé si lo saben. Hoy en día hay experiencias artísticas escasas ante las que te quedas embelesado o absorto, ante aquellas que como decían ciertos teóricos del arte, cuando éste se revela es porque hay algo que te emociona, te conmociona y te transporta un poco más allá de ti mismo, a un lugar donde las ideas se presentan más claras porque se han transformado en formas o en colores, sonidos o acontecimientos, emociones, experimentaciones dentro de la propia carne al fin. Y si digo entonces que estos chicos suenan bien es porque resuenan en el eco de los pensamientos, y dejan poso. Sonar bien no es, pues, cualquier cosa. Es como en ellos, saber transmitir la fuerza y la precisión, los aullidos o las gotas presionadas cada vez distintas y que se escurren, te aprisionan o te acompañan, es una voz de vino o de astillas, un timbre de ámbar, es esa bomba de percusión que se agarra al suelo y destila sin querer verticalmente; es, finalmente, saber arder como la leña que arde lenta y majestuosa bajo el ritmo de la hoguera. Aquí tenéis. Madera ardiendo. Rock, blues, soul, funk, country…o todo lo que eso puede llegar a esconder. Parada obligatoria. Que la fuerza os acompañe, chicos. http://www.myspace.com/cosmicgrass

viernes, 12 de noviembre de 2010

Hotel Chelsea

1883. Hay edificios que seguirían en pie aunque alguien los hiciera venirse abajo. Hay edificios enjambre, colmenas de deseos y vicios y mucho trabajo, sudor y sangre, que se erigen como rieles desde la tierra para sostener el dolor y los logros de muchos que habitan en él como hermanos. Edificios como estos son más que iglesias del peregrinaje, son receptáculos para los mártires que deciden vivir bajo el precio de todas sus consecuencias. Si hablamos de Mark Twain, o de O. Henry, de Herbert Huncke, Dylan Thomas, Arthur C. Clarke y William S. Burroughs, de Gregory Corso, Leonard Cohen, Arthur Miller, de Quentin Crisp, Gore Vidal y Tennessee Williams, de Allen Ginsberg, de Jack Kerouac, Robert Hunter o Jack Gantos, de Brendan Behan, Simone de Beauvoir, Robert Oppenheimer, Jean-Paul Sartre, Bill Landis, Michelle Clifford, de Thomas Wolfe, Matthew Richardson, Peggy Biderman, Raymond Foye y René Ricard, Charles R. Jackson, Stanley Kubrick, Shirley Clarke, Mitch Hedberg, Miloš Forman, Lillie Langtry, Ethan Hawke, Dennis Hopper, Uma Thurman, Elliot Gould, Jane Fonda y Gaby Hoffmann, Keith Richards, Patti Smith, Robert Mapplethorpe, Virgil Thomson, Dee Dee Ramone, Henri Chopin, John Cale, Édith Piaf, Joni Mitchell, Bob Dylan Janis Joplin, Jimi Hendrix, Sid Vicious, Vasant Rai, Richard Hell, Ryan Adams, Jobriath, Rufus Wainwright, Leonard Cohen, Anthony Kiedis Larry Rivers, Brett Whiteley, Christo, Arman, Richard Bernstein, Francesco Clemente, Philip Taaffe, Ralph Gibson, Frida Kahlo, Diego Rivera, Robert Crumb, Jasper Johns, Claes Oldenburg, Vali Myers, Donald Baechler, Willem De Kooning, Henri Cartier-Bresson, Charles James Viva, Larry Rivers, Ultra Violet, Mary Woronov, Holly Woodlawn, Andrea Feldman, Edie Sedgwick, Nico, Paul America y Brigid Berlin, de muchos de los que vivieron y murieron bajo el influjo de estas cuatro paredes rojizas, de este ritmo de verdad compartida y este poder conjunto de generar el hilo infinito de la araña. Inmortales todos los que supieron valerse por sí mismos, y los que no perecieron en el intento. Permanecen todos los rostros y todos los edificios de todos aquellos que guardan su verdad. Permanecen los cimientos y permanece el fuego que se prendió en su fuero por querer seguir. Permanece todo lo que brilló tanto que nos cegó por un instante y luego nos hizo emerger con ellos desde las cenizas, participando en esta guerra de mundos dónde siempre hay plaza para luchar y perseguir los ideales que por suerte, no siempre mueren con el paso de los años. Renunciaremos mil veces a que nuestra piel no se cuartee ni se gaste, ni cambie de tamaño, pero no sabremos renunciar a aquello que queda tan frágilmente atrapado entre nuestra piel y nuestras entrañas, nuestra piel y nuestras feromonas, nuestra piel y nuestra autenticidad.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Los que saben tontos.

Jugamos y vemos como hermanos.
En esta rueda no hay cese ni perdición.
Me dijeron que sólo quedábamos unos cuantos.
Pero yo vi a mil más sentados en el sillón.
Quien quiera que se levante, que corra y se estrelle.
Quien quiera que se mueva de nuevo, un, dos, tres.
Digamos que somos tantos y nunca tan tontos, no.
Sabremos que somos los altos, los que miran fuerte.
Los que no saben por qué.
Sabremos que somos todos.
Que nos queremos.
Y no sabemos por qué.