viernes, 12 de noviembre de 2010

Hotel Chelsea

1883. Hay edificios que seguirían en pie aunque alguien los hiciera venirse abajo. Hay edificios enjambre, colmenas de deseos y vicios y mucho trabajo, sudor y sangre, que se erigen como rieles desde la tierra para sostener el dolor y los logros de muchos que habitan en él como hermanos. Edificios como estos son más que iglesias del peregrinaje, son receptáculos para los mártires que deciden vivir bajo el precio de todas sus consecuencias. Si hablamos de Mark Twain, o de O. Henry, de Herbert Huncke, Dylan Thomas, Arthur C. Clarke y William S. Burroughs, de Gregory Corso, Leonard Cohen, Arthur Miller, de Quentin Crisp, Gore Vidal y Tennessee Williams, de Allen Ginsberg, de Jack Kerouac, Robert Hunter o Jack Gantos, de Brendan Behan, Simone de Beauvoir, Robert Oppenheimer, Jean-Paul Sartre, Bill Landis, Michelle Clifford, de Thomas Wolfe, Matthew Richardson, Peggy Biderman, Raymond Foye y René Ricard, Charles R. Jackson, Stanley Kubrick, Shirley Clarke, Mitch Hedberg, Miloš Forman, Lillie Langtry, Ethan Hawke, Dennis Hopper, Uma Thurman, Elliot Gould, Jane Fonda y Gaby Hoffmann, Keith Richards, Patti Smith, Robert Mapplethorpe, Virgil Thomson, Dee Dee Ramone, Henri Chopin, John Cale, Édith Piaf, Joni Mitchell, Bob Dylan Janis Joplin, Jimi Hendrix, Sid Vicious, Vasant Rai, Richard Hell, Ryan Adams, Jobriath, Rufus Wainwright, Leonard Cohen, Anthony Kiedis Larry Rivers, Brett Whiteley, Christo, Arman, Richard Bernstein, Francesco Clemente, Philip Taaffe, Ralph Gibson, Frida Kahlo, Diego Rivera, Robert Crumb, Jasper Johns, Claes Oldenburg, Vali Myers, Donald Baechler, Willem De Kooning, Henri Cartier-Bresson, Charles James Viva, Larry Rivers, Ultra Violet, Mary Woronov, Holly Woodlawn, Andrea Feldman, Edie Sedgwick, Nico, Paul America y Brigid Berlin, de muchos de los que vivieron y murieron bajo el influjo de estas cuatro paredes rojizas, de este ritmo de verdad compartida y este poder conjunto de generar el hilo infinito de la araña. Inmortales todos los que supieron valerse por sí mismos, y los que no perecieron en el intento. Permanecen todos los rostros y todos los edificios de todos aquellos que guardan su verdad. Permanecen los cimientos y permanece el fuego que se prendió en su fuero por querer seguir. Permanece todo lo que brilló tanto que nos cegó por un instante y luego nos hizo emerger con ellos desde las cenizas, participando en esta guerra de mundos dónde siempre hay plaza para luchar y perseguir los ideales que por suerte, no siempre mueren con el paso de los años. Renunciaremos mil veces a que nuestra piel no se cuartee ni se gaste, ni cambie de tamaño, pero no sabremos renunciar a aquello que queda tan frágilmente atrapado entre nuestra piel y nuestras entrañas, nuestra piel y nuestras feromonas, nuestra piel y nuestra autenticidad.