miércoles, 23 de junio de 2010

Fuegos artificiales (Movimientos de literatura erótica en 200 palabras)

Se salía de ella misma cada vez que trataba de no salirse de sí. Aquella vez le pasó observando las manos del mozo detrás del mostrador. Si hubiera podido cortar ese hilo que se tendía entre su contenido energético y el suyo, lo hubiera hecho sin dilaciones, sin concesiones, sin posponer más de un segundo, y se hubiera dado a la fuga, corriendo como una leona que acaba de aprender a huir. Sus manos le asustaban más que cualquier otra presa, y le daban sed, sed de correr. Una detonación es un drástico proceso de transformación de la energía que contiene un material, que se intercambia a elevadas velocidades con el medio adyacente. Si la pólvora se hubiera medido con palabras, o mejor dicho con la densidad de cada una de ellas, su “poder detonante” habría dado un resultado esplendoroso. —Me gustaría saber con cuántos petardos puedo encender…—le dijo. Le temblaban las piernas. Su voz se tornaba cada vez más grave. Se acercó al mostrador, con un dedo entre los labios. — ¿Decías? —. Ella se inclinó todavía más, clavándole la mirada a modo de confidencia. Dejó caer su colgante sobre la mesa. Luego soltó: —Fuegos artificiales—.

martes, 22 de junio de 2010

"Negocios" (Movimientos de literatura erótica en 200 palabras)

La naturaleza de aquella cena se le presentó, al joven Howard, ciertamente sospechosa. Robert, su superior, lo había invitado dejando entrever, con un “te gustará”, que no aceptaba un “no” por respuesta. Supo entonces que era una de esas cosas “que tenía que hacer”. Pero hasta que no vio el “demasiado-pronunciado” escote de la sirvienta y sus labios “rojo-encendido-que-traspasan-la-frontera-del-recato”, la naturaleza de ese encuentro no se le reveló con precisión. El joven Howard observó al resto de comensales. Respiraban tensos y relajados a la vez, como esperando a que algo o alguien les rompiera el cascarón. Lo miraron fijamente. La sirvienta se le arrimó al hombro. Entonces supo, nuevamente, que volvía a haber otra cosa “que tenía que hacer”. Y sin pensarlo la agarró por detrás, metió sus manos por debajo del vestido, la inclinó sobre la mesa. Le untó el agujero con nata montada (no llevaba bragas), lo chupó. Luego se levantó, se bajó los pantalones y se la metió hasta que su delantera se meneó sobre la sopera una y otra vez mientras salpicaba, ligeramente, el cristal de las gafas de Robert. Había apretado el “on”. Había roto el cascarón. Los comensales se deshicieron sin tregua.

jueves, 17 de junio de 2010

Nadie te va a quitar de en medio si no gritas

Nadie te va a salvar,
Ni del fuego,
Ni del agua,
Ni de las castañas.
Nadie va a subir las escaleras por ti,
Nadie va a sacar el dolor de tu pecho por ti,
Ni tampoco va a secar el sudor de tu frente.
Nadie va a salvarte definitivamente
De esta tierra que arde.
Nadie más que la muerte te salvará jamás.
El resto son débiles espejismos,
Mayas flotantes,
Pedazos de un oasis que se quedó sin palmeras.
El resto son algarabías que cuentan historias
De héroes y chimpancés, de príncipes y sapos,
De pegasos y de norias que te devolverán al final,
Al suelo,
Al arrecife,
Al coral.
Nadie se atreverá a salvarte
Si no quiere esquinarse entre cuatro barrotes,
Nadie te salvará
Y si lo intenta verás como riza el rizo,
Te pinchas con el erizo
Y le perdonas de nuevo
Por haber desafiado sin suerte
La ley de la gravedad.
Nadie se atreverá a acompañarte
Cuando sepa que la suerte y la muerte
Son hermanas de la jauría y del límite,
De la espesura y el corazón sobre la ruina,
Y de la astucia que se levanta sin tregua
Sobre cada mañana de risa y pan.
Nadie se atreverá a salvarte
Cuando sepa que el que salva
Va directo a ser salvado
Y a restar de nuevo
Al descubierto,
En medio,
Laberinto eternizado,
Del huracán.