viernes, 26 de marzo de 2010

Ningún volcán.

Con las manos atadas al final del valle.
Con los huesos fritos en un portal.
Con las enaguas roídas por los perros.
Con las esquinas entabladas como un volcán.
Me pregunto si los muertos seguirán tan vivos
como dijeron ayer —esquivando muebles—,
si habrá alguien que los comprenda
—que nos comprenda— tanto como se merecen.
Retorceré mis monedas y echaré tantas piedras
al río como pueda —congelando algo— amortiguando
un silencio y un valle, un perro y un portal, y sin
antiguas conciencias derramaré —sin frenos— ese volcán.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Pender de un hilo (o ver tras la borrosidad)

Y si el Budismo nos dice que la liberación está cuando despertamos de ese estado de aletargamiento, o cuando como atravesando una tormenta, conseguimos ver la claridad del cielo tras la borrosidad, bienvenida sea la tierra ante nuestros ojos.
Pensando en eso me viene también a la cabeza el intento de liberación por parte de los seguidores de la corriente surrealista, quienes acompañados por el hilo suave de la libre asociación, consiguen canalizar y transmitir todos sus fluidos mentales e imaginativos de un solo golpe (o de varios brochetazos). En ellos estaba un hito del desprendimiento, mella de la transgresión, voluntad de ver más allá de las formas prefijadas. Cambiándolo todo de sitio, imaginando más, depositando en el transcurrir desatado la fe de un nuevo parámetro, un nuevo tiempo, un nuevo lugar. Me digo que ellos vaticinaron el interdiálogo y que de alguna manera apuntaron a ese sistema de red del que se habla en el Budismo (todo está conectado) y en la mayoría de "teorías contemporáneas" (y que por consiguiente vemos reflejadas en los nuevos sistemas de gestión).
Si pendemos de un hilo , y si somos conscientes de ello, podríamos darnos cuenta de que en esa aparente fragilidad reside la fuerza de la interconexión. Pender de un hilo y saberlo, o ver tras la borrosidad, no son más que consecuencias de haber atravesado una tormenta y haber aprendido otro de los múltiples matices que contiene el estado cambiante que nos “sustenta”.
No queda más remedio entonces que seguir tirando de los hilos. (Y comprobar que si vemos un coche o una flor amarilla enmedio de la carretera o el camino y lo/la seguimos, vamos a encontrar, quizás de nuevo, el lugar del que vinimos.)

El tiempo, una gran bola circular.

Resulta que el otro día os hablé "del tiempo", y hoy, me temo que lo volveré a hacer.
Primero de todo, como resultante de la amonestada presencia meteorológica que tuvimos ayer (en mi caso desde la perspectiva barcelonesa y alrededores), que no dejó ningún lugar a dudas respecto a lo osadas y escandalosas que pueden ser las manifestaciones y repercusiones concernientes al tiempo.
Diremos, sencillamente, que en Barcelona reinó el caos, y que fue gracias a él (y a la mala gestión de las infraestructuras con respecto a él).
Ésta es una de las imágenes que pude atrapar con el teléfono móvil, en fecha de ayer mediodía (8 de marzo y Día Internacional de la Mujer).
Los copos de nieve invadieron poco a poco la ciudad.
En segundo lugar, como resultante de haber cazado al vuelo ciertos conceptos (antiguos y enterrados), en mi breve paso por una conferencia sobre el Budismo, que no ha hecho más que devolverme a flote al "gran presente" de estos días.
En ella se habla de "nirvana", y se dice que es un acto equivalente a desenredar o desenmarañar (nir) el bosque (vana). Luego se dice que "samsara" (la rueda de la vida, esa rueda cíclica), es lo mismo que "nirvana", es decir que no son realidades separadas, ni ninguna de ellas está en un "más allá", sino que las dos están en tierra, en la naturaleza, y que el "nirvana" es la liberación de los pequeños o grandes sufrimientos que experimentamos al apegarnos a los aconteceres dentro del "samsara". En ese encuentro, en ese reajuste es cuando se hace visible la invisibilidad “del tiempo”, y también cuando se vuelve infinito. Es al liberarnos, no individualmente sino al reconocernos en mitad del bosque, formando parte de todo su engranaje en ramas, y nos integramos visualizados o concebidos cual extensión, cuando eliminamos el efecto óptico del tiempo delimitado, del tiempo fragmentado, y al asumir la transitoriedad y la imperfección, nos entregamos en paz. Podríamos decir que al asimilar la finitud de las circunstancias, los hechos y los estados, descubrimos a la vez la infinitud, (la infinitud del tiempo), y lo hacemos porque ya no insistimos en agarrar los pedazos. Es por eso, también, que cuando en un día señalado como el de ayer al tiempo le da por encogerse, dilatarse, rugir o congelarse, y acurrucarse luego como una bola (de nieve) sobre nuestros pies, no podemos hacer más que rendirnos a él (desistir en el proceso de retículas cronometradas), y disfrutar. El tiempo entonces, como una gran bola circular. Blanco total.

lunes, 1 de marzo de 2010

Destejer, pulsar.

Estimados cabos:
Hace días que no enhebro aguja en parajes como este.
Diremos que la vida común, la busy vida, me ha robado más tiempo del que yo quisiera.
Os diré también, que el rumor de vuestras madejas me ha seguido llegando sin interferencias.
Hoy me apetece hablar de algo que tiene que ver con esto y que se relaciona constantemente con el ruido y el silencio. Hoy me apetece hablar del tiempo. Antes de seguir con esto, os advertiré que no se trata de una conversación de ascensor (o tal vez sí, ya que me sirve como vehículo para llegar a un nuevo piso, o como intervalo para volver a restablecer un antiguo contacto). Luego me diré, que hablar del tiempo no es algo tan intrascendente como puede parecer, y que a veces, en los ascensores suceden (en poco tiempo) intervenciones de lo más memorables. Añadiendo a eso que hablar del estado meteorológico es de las pocas cosas que nos siguen conectando con la naturaleza que nos parió (estemos dónde estemos en aquel instante), admitiré que entonces, otra vez, hablar del tiempo no es nada tonto (y que las conversaciones de ascensor, tampoco lo son). De que sucedan actos recordables en ese lapso de tiempo, es debido a que al condensarse el tiempo (y la temperatura) en un espacio pequeño (y suspendido en el aire) nos puede llevar o a contener la respiración (y a que alguien nos ponga desde fuera en “pausa” o nos haga desaparecer), o a sintetizar nuestras palabras e intenciones a modo de esencia infalible, permitiendo así aflorar de nuestro interior emergencias inesperadas. Es en momentos como esos cuando el tiempo da giros que minutos antes no hubiésemos llegado a imaginar, y nos damos cuenta de que un reloj, tan solo marca un frío compás, siempre el mismo, y predecible hasta el final. Entonces podemos decirnos que las agujas que cosen ese ritmo llamado tiempo no tienen nada que ver con el tiempo auténtico, o ese que viene marcado por cada ente particular. El reloj de cada uno (el pulso) es el único del que nos podemos fiar (aunque a veces nos la juegue).
Y con estas pequeñas observaciones me voy, por poco tiempo, a destejer los pedazos que se quedaron colgados entre las nubes y el vendaval.
Que la fuerza (de vuestro tiempo) os acompañe.