miércoles, 10 de marzo de 2010

El tiempo, una gran bola circular.

Resulta que el otro día os hablé "del tiempo", y hoy, me temo que lo volveré a hacer.
Primero de todo, como resultante de la amonestada presencia meteorológica que tuvimos ayer (en mi caso desde la perspectiva barcelonesa y alrededores), que no dejó ningún lugar a dudas respecto a lo osadas y escandalosas que pueden ser las manifestaciones y repercusiones concernientes al tiempo.
Diremos, sencillamente, que en Barcelona reinó el caos, y que fue gracias a él (y a la mala gestión de las infraestructuras con respecto a él).
Ésta es una de las imágenes que pude atrapar con el teléfono móvil, en fecha de ayer mediodía (8 de marzo y Día Internacional de la Mujer).
Los copos de nieve invadieron poco a poco la ciudad.
En segundo lugar, como resultante de haber cazado al vuelo ciertos conceptos (antiguos y enterrados), en mi breve paso por una conferencia sobre el Budismo, que no ha hecho más que devolverme a flote al "gran presente" de estos días.
En ella se habla de "nirvana", y se dice que es un acto equivalente a desenredar o desenmarañar (nir) el bosque (vana). Luego se dice que "samsara" (la rueda de la vida, esa rueda cíclica), es lo mismo que "nirvana", es decir que no son realidades separadas, ni ninguna de ellas está en un "más allá", sino que las dos están en tierra, en la naturaleza, y que el "nirvana" es la liberación de los pequeños o grandes sufrimientos que experimentamos al apegarnos a los aconteceres dentro del "samsara". En ese encuentro, en ese reajuste es cuando se hace visible la invisibilidad “del tiempo”, y también cuando se vuelve infinito. Es al liberarnos, no individualmente sino al reconocernos en mitad del bosque, formando parte de todo su engranaje en ramas, y nos integramos visualizados o concebidos cual extensión, cuando eliminamos el efecto óptico del tiempo delimitado, del tiempo fragmentado, y al asumir la transitoriedad y la imperfección, nos entregamos en paz. Podríamos decir que al asimilar la finitud de las circunstancias, los hechos y los estados, descubrimos a la vez la infinitud, (la infinitud del tiempo), y lo hacemos porque ya no insistimos en agarrar los pedazos. Es por eso, también, que cuando en un día señalado como el de ayer al tiempo le da por encogerse, dilatarse, rugir o congelarse, y acurrucarse luego como una bola (de nieve) sobre nuestros pies, no podemos hacer más que rendirnos a él (desistir en el proceso de retículas cronometradas), y disfrutar. El tiempo entonces, como una gran bola circular. Blanco total.