domingo, 4 de enero de 2009

Oda al “hombre de los morritos”

Hay un par de bares de B. con nombre de animal, a los que si vas entrada la noche, encontrarás permanentemente sentado en la barra al “hombre de los morritos”. Lo escribo entre comillas porque no creo que él se haga llamar así, pero es bien claro que si das un repaso a lo largo del panorama de la barra, lo primero que sobresale de esta estructura humana sólida y bien anclada, son los labios fruncidos con los que apunta a todas partes. No son labios trabajados por las agujas de un quirófano, ni son labios rellenos; son labios llenos de naturalidad, aunque ligeramente, mejor acentuadamente fruncidos por un gesto de profunda concentración. Hay quien frunce el ceño, y él, frunce los labios. Los morritos son el centro de su rostro. El primer día que lo vi, cuando ya había acabado de leer el periódico y pasaba a la fase de inclinarse ligeramente hacia el público (la zona de las mesas) para observar con detenimiento y distracción a su misma vez el ir y venir de humo y conversaciones, pensé: - Ese hombre nos está lanzando besos-. Me pareció una escena muy graciosa, porque al no poder distinguir a dónde dirigía la mirada, me dio la sensación, después de apreciar que lanzaba besos a nuestra mesa, que quizás estaba lanzando besos a todas las mesas del bar. Me dije: - Ese hombre es muy gracioso. O muy amable. O tiene mucho amor que dar. Puesto que tras su aspecto lejano al del gentleman, no se priva de sacar lo que lleva dentro e intentar seducirnos a todos-. Luego también pensé que quizás llevaba unas copas de más, puesto que ese puede ser el resultado de estar muchas horas sentado en una barra. Aun así, fuera como fuera, ese hombre, sin ningún pudor, se pasaba la noche mandando “besos”. La siguiente noche que volví a ese bar, el hombre seguía allí. Sus morritos seguían intactos, y los movía como de costumbre; del periódico al fondo de la barra, del fondo de la barra al espacio abierto de las mesas, y luego otra vez al periódico o a la zona del camarero o al techo. Ahí comencé a darme cuenta de que esos besos no eran fruto de un día, de una noche de pasión, sino de dos. Ese hombre, volvía a repetir la jugada. Seguía pareciéndome muy gracioso, sobre todo por la ambigüedad de su postura, por el equívoco abanico de interpretaciones y mal interpretaciones que el acontecimiento suscitaba, y segundo, doblemente, por la repetición. Otra noche, se me ocurrió ir a otro bar del mismo dueño que quedaba a una manzana del primero, y cuán fue mi sorpresa al percatar su silueta firme e inamovible sentada en la barra. Me pareció increíble. Pensé: - Este hombre no se mueve, pero está en todas las barras-. Sobre todo en aquellas que llevan nombre de animal, pensé luego. -¿Será acaso un espía, un investigador, un controlador de calidad?-. -¿Será un actor en busca del conocimiento de la conducta animal en los bares? -. Y, ¿qué animal estará trabajando? - pensé. Probablemente el pez. Sus morritos se dibujaban tan en su sitio como de costumbre. Ningún cambio, ningún despiste, ningún desliz. Tan solo había cambiado de barra, y por supuesto de animal, porque tras el nombre de estos bares se esconde el secreto de una fábula y son animales que se complementan, así como podría ser el caso de una liebre y una tortuga. Pero si había cumplido la promesa de investigar el pez a lo largo de unos días, lo había conseguido. Pasé unas semanas sin acercarme por allí, y cuando ya casi había olvidado el acontecimiento, lo volví a encontrar; triunfal y corajoso como un león, lleno de vigor, y probablemente de orgullo por haber cruzado la frontera del mes. Apuntalado al pie de la barra, tieso como un palo, pero hinchado en pecho como un pavo real y floreciente en su faz, renaciendo en la extremidad no oculta de sus labios. Era él, el “hombre de los morritos”, guerrero todavía en medio de la batalla que procuraba la leyenda, sobreviviente de ese largo estudio que se había propuesto. -¿Qué duración tendrá su stage?- pensé. Sea como sea, se ha metido a fondo en el papel. Es un buen submarinista. Un buen pez. -¿Se habrán dado cuenta los camareros?-. -¿Se sentirán observados?-. -¿Comenzarán a tener el síndrome del “gran hermano” y habrán comenzado a padecer la psicosis?-. De hecho, si no recuerdo mal, hay bastantes camareros que han desaparecido y han sido substituidos por otros desde hace un tiempo atrás. Esto es un poco sospechoso. O quizás lo hayan contratado a modo de recordatorio. Recordatorio de algo. Recordatorio de la fauna submarina, recordatorio del mar, recordatorio de la pasión manifiesta o del amor sin complejos, recordatorio de la animalidad del hombre o de las fábulas y el camino por el que se tiene que pasar para llegar a concluirlas. Nada de esto me deja indiferente. Concluyendo, este hombre está haciendo muy bien su trabajo, y siempre mantiene la máxima discreción.