lunes, 27 de octubre de 2008

Una ruina (o pentagrama en la nieve)

El silencio no es una ruina.
Por mucho que se deshaga en las noches de invierno.
O que se estampe contra un coche que se acaba de estrellar.
El silencio nunca es más de lo que es, y por lo tanto, nunca se pierde.
El silencio nunca te pidió nada. Siempre se quedó en su sitio, sin salirse de sus casillas.
Esa es una de sus propiedades. Está bien ahí dónde está. No tiene necesidad de moverse.
Él nunca te irá a buscar (al contrario del ruido), pero siempre estará preparado para que vayas de visita. No sé si se alegrará de tu llegada, pero siempre hará que te sientas bien.
A su lado te sentirás como si fueras a la nieve, sin necesidad de ponerte las botas ni los esquís.
Nunca te pedirá que te excuses por haber caído (encima suyo, muchas veces), y hasta puede que te lo agradezca infinitamente. Te esperará siempre, al final de cada estación. Al final de cada fin de trayecto, al final de cada color.
Y te cederá otra vez su espacio, y allí podrás restar el tiempo que necesites.
Por mucho calor que hayas tenido afuera.
Por mucho que se deshaga en las noches de invierno.
El silencio no es una ruina.
Sólo un compás de tiempo.