miércoles, 1 de septiembre de 2010

Las cuentas de un verano con fin

El ruido mundanal y las palabras que se cuelan en el lienzo.
Los que son felices y los que salen ahí fuera para ver mejor.
Los ratos de la noche, los zapatos y las copas medio vacías.
Sumas esotéricas y cuentas de marfil, estrenadas ayer.
Las vías del tren y los viajes a medias, la televisión.
Las plantas y las cacofonías, las peleas y las playas.
Las rotas algarabías por un mal momento de lucidez.
Los avestruces que pasaban por allí, y los conejos.
Los espartanos y los adictos a la exageración.
Los enamorados y los viejos pesados y la acidez.
Los gatos asilvestrados, los trozos de guante, las uñas.
La mala uva, el aburrimiento, los hurtos y los secuestros.
Las copas medio llenas, el sol en las tetas, los colores.
Los trozos de autovía, la radio mal puesta, el hilo sin fin.
Los peajes mal puestos, los errores enhiestos, las bocinas.
Los trapos sucios y los trapitos recién sacados de la ganga.
La sal y la lengua salada, la menta y el azúcar y el ron.
El limón y las pepitas de fresa, la libertad de ser quien se es.
El ruido que te esconde de lo que te empujan a ser.
La luz que te protege para que saltes, para empezar de pie.
Las manos que te recogen si te caes, los nudos de pescador.
Los peces o las miradas que te acompañan si nadas más.
La boya que se clava al final de la vista, el color que está.
El muerto que flota y el flotador que catapulta al que se duerme.
La ciudad que vuelve y el corazón que galopa fuerte hacia otra parte.
La montaña tan quieta, los pájaros y las vacas.
Las cuentas de un verano con fin y sin ciudad.