domingo, 27 de mayo de 2012

Laberinto definitivo (a contraluz)


El demonio entró en mis paredes,
entró en mi piel, entró en mi casa.
Lo arrasó todo, e intentó quedarse.

Sabía
paso a paso
todo lo que debía
hacer para aniquilarme.

El demonio entró en mi casa,
disfrazado de ladrón de almas,
cubierto de capas y sombras,
y soltó todas las armas.

Me persiguió por todas las habitaciones,
escapé escurriéndome entre todos los rincones,
hasta que viví y grité todo el miedo y todo el odio
y toda la soledad.

Decidí asumir que la muerte había dado
frutos inertes sobre las camas.
Recorrí uno a uno los cuerpos levantados
por el polvo y los mostré a la luz
para acechar al Diablo,
y seguí llorando,
tiesa como un Dédalo de marfil,
sólida como un palo,
enhiesta, débil y servil
como instrumento orfebre,
como aguja directa al corazón,
como escudero
fiel, certero, mudo
y pudorosamente inquebrantable.