viernes, 14 de noviembre de 2008

Sin ningún tipo de temblor de dientes

Inclinando los suspiros de estas lunas pasadas
que descienden hasta los mares de otoño
y se prenden sin nombre -se dibujan-
se planean sonriendo de avión en avión,
de flor en flor, -y encienden las cadenas-
de este engranaje adverso convertido en don
y motivo de desolación compartida -a veces-
y sustancia que muerde y escuece de vez en cuando
si cocina sin fuego -o si congela después del fuego-
de forma inesperada y prevista por los que ven
en sueños -a los cangrejos que corren- hacia delante
aun creyendo que van hacia atrás -y aquí nadie miente-.
Por lo menos yo voy -y no voy a hacerlo- por mi fe concisa
que no me lo permite -ni me da ninguna otra acreditación-
que la verdad no sea -que me pierda y regrese- otra vez
al centro de las dudas y los combates -que me dicen tú sabes-,
y ya me dirás si alcanzas la palabra adecuada para atinar
el dardo -el dorado- el que llega al fondo del corazón
y no se pierde, porque la memoria -de allí- es para siempre.
Y se inclina hacia lo profundo de su propio dueño
y atraviesa las trincheras y los bosques y los desiertos en pateras
de barro amordazado por los años -de vergüenza de los siglos-
de daño -de renglones de madera cortada en pedazos-
y zurcidos, somníferos de pan y litros de agua salada
encharcando los pulmones de acero y el corazón en la mano
-que sigue meciendo-, y se equivoca porque miente para abrigar
y no sabe que la sangre se lo lleva todo por delante sin ningún
tipo de temblor de dientes, ni caídas, ni suspiros de ayer.