miércoles, 31 de diciembre de 2008

La última cruzada de los lobos centenarios

No pasa nada si mañana volvemos a nacer, sanos y salvos, escupidos de nuestro propio fuego, remontándonos a nuestro primer día de tierra, temblando y llorando y conteniendo el hipo, igualando la distancia de nuestros cordones con los del resto de este lugar, a veces acogedor y a veces maldito, desolado o uniforme dependiendo del don que estemos dispuestos a ofrecerle, y de nuestras agallas por continuar en la superficie. No pasa nada si mañana despertamos un segundo más, acorralados por una montaña de sábanas de colores que mutan, que se enroscan y se pierden, porque son la huella de ese fuero que se desentiende y nos devuelve, una vez más. Desazonados de nuestro hipotálamo, recién lanzados “hombres bala”, libres y por estrenar, halcones de blancos corazones, lobos centenarios empujados de una fiesta nupcial. No pasa nada entonces si mañana cruzamos sumergidos en sangre, sangre que sigue siendo grito inaugural, caverna que se abre, animal que se abre paso tras la firme y terca oscuridad.