viernes, 30 de octubre de 2009

Lecturas polvorientas

Con las manos dormidas y arrugadas. Ensimismadas y hendidas, sobre la mesa de un volcán. La mujer miraba y se reía con los topos de la entrada. ¿En qué lugar nacieron semejantes individuos? ¿En qué lugar de la tierra inauguraron su tinta roja primordial? ¿En dónde fueron entrenados, adquiridos y en fin adiestrados? Sus manos estaban mucho más lejos de ser manos. Eran palas terrestres, servidumbres del fondo de la humanidad. Acostumbrados y hundidos como una antorcha que tan sólo alumbra los recovecos inmundos de los inframundos, de las hondas superficies, de los oscuros ritmos del corazón subyacente. Se quedó dormida y simuló terminar las lecturas agazapadas en el fondo del desván.