lunes, 4 de enero de 2010

Doce uvas y algo que contar.

El águila del desempeño se encuentra con las alas del entierro, y se desentiende del agujero sobre el que armó sus estruendosos cementerios.
El león de la bala de añil se ceba antes de que el zorro salga a la caza desmenuzada de animales y pieles de elefante o de almirantes viejos.
La niña traviesa se asoma entre las hojas y las hojas y las hojas de más, intuyendo que tras el verde o el blanco siempre quedan más.
Tras la llanura ya no hay más historias que la historia misma, esa que nunca deja de contarse a sí misma, y que no cesa más si no es para enamorarse de su propio curso de sucesos aparentemente enajenados pero adyacentes.
La cuarta línea se humedece cómo la tierra que posterga bajo la lluvia.
Y el pernoctar lento de la semana, se crece a trompicones con mareas bajas, acompasadas y llenas de pausas, interrumpidas por el olor todavía sujeto de la almohada.
Decirles a estos menesteres cuántas rimas quedan todavía por contar, decirles a estos bravos esculpidos y a estas fieras crecientes el lugar de los secretos anudados y los deseos que pedisteis antes de cruzar el umbral.
Doce uvas y algo que contar.