viernes, 8 de enero de 2010

Escurrir el bulto (o salir de la ciudad)

No tenía trabas, plumas;
paredes con quién jugar.
No tenía entradas, ni columnas;
historias ni chistes que embargar.
No tenía vientos ni des-con-ciudades;
será que el juego existe
en cuanto entra la nave.
Será que el juego emerge
disparado, en el centro oblicuo
de la dichosa, humilde dificultad;
entre la boca y el ombligo y la espada,
entre el invierno y la des-habilidad.
Será que se crece el viento cuando
no existe la calma.
Que se crece el salto cuando aparece
el oscuro tras-rincón sin mesurar.
Será que ya no muerdo el aire.
Será que ya no me grabo a mí misma
escurriendo mi propia sal.
Bultos a parte, digamos mar.