viernes, 5 de febrero de 2010

Paradero de raíz

Vestidos de noche en la oculta inmensidad.
Encendidos cómo las lámparas de acero
que se encuentran solas, presentes y claras,
sonrientes pero sólo a medias, a veces rotas,
auscultadas por una lupa que sólo oye el latido
de las cabras y las raíces, pero se olvida de entonar
los rincones más finos de la estructura articulada.
Caos de origen, vestidura incipiente y singular.
Caracolas muertas o “no más”, fósiles que repiten,
encuentros de puro collar y galerías con techo,
claraboyas, los sedimentos de la luz que se atreve
a pasar “menos que inadvertida”, se muestra, entra,
invade al óbito y a la vorágine y acelera la vulnerabilidad.
Ya no hay vuelta atrás, ya no hay quién
“mal que por bien”;
no nos quedan mermas que contabilizar;
ni ruidos, ni gas.
Ya no hay cordón que valga,
ya no hay ombligo sin desatar,
por mucho que intentemos rebobinar las señales, ruinas,
por más que resquebrajemos
el corazón macizo de la pared.
No sé por dónde empezar a articular,
si mascullar se queda, se queda atrás,
sin orden ni concierto, sin frases que contar.
No sé por dónde comenzar a tejer el traje que presencia
este nuevo lugar de pájaros y Cucurbitas, de raros pelajes,
de fuentes acabadas de estrenar;
tablón sin fin, dolmen tal.
Habladurías y gestos y entretenimientos que incrementan
la proliferación y amplitud de los garabatos, maniobras
y palacios, gente y más gente y a solas,
el eterno, el espacial.