jueves, 13 de octubre de 2011

Los puños sangran (¡y el día de la marmota no es real!)
















Siempre fui despacio,
para que no se notara
que la vida era un esfuerzo,
¡pero es que lo es!
Es un esfuerzo ir detrás
de lo que te han robado,
es un esfuerzo ir detrás
de las pasiones encendidas,
es un esfuerzo ir detrás,
sentado, viendo como pasa
el mundo, e intentar sacarse
una licencia para conducir delante.
Es un esfuerzo ir detrás
y es un esfuerzo ir delante.
Sobre todo porque sólo
en ciertos momentos
nos sabemos colocar
justo en medio,
viéndolo todo en su justa medida,
en su exacta proporción,
y llegamos a tocar las cosas,
un segundo,
y las hacemos nuestras.
Y luego
volvemos a correr
delante-detrás-delante
y nos volvemos locos
por no saber dónde
estamos nosotros
ni dónde está el mundo,
dónde estamos nosotros
respecto al mundo,
porque el mundo
no cesa de voltear,
y nosotros tampoco,
y nosotros no vamos
a ser más,
ni menos.
Es un esfuerzo tener dolor
de cabeza y aguantar, aguantar,
aguantar sonreír y aguantar,
un esfuerzo que los días
estén pensados iguales,
con un mismo horario,
una misma disciplina,
cuando ¡no lo son!,
nada es lo mismo
cuando uno abre los ojos
por la mañana.
Ninguna mañana
es la misma mañana
ni ninguna noche
es la misma noche.
¡El día de la marmota no es real!
Y es entonces cuando
tropezamos,
nos caemos,
nos levantamos,
y las piedras se multiplican
por doquier.
Y es entonces cuando
volvemos a nacer
cien veces
bajo el ritmo de la luna
que nos comprende
y nos consuela
como a lobos atrapados
en una jaula de agujas de cristal,
de relojes digitales, de despertadores
que abren y cierran los párpados
imitando el escalofrío
de las muñecas de porcelana.
Y es entonces cuando
la presión de los hombres
nos prohíbe salir ahí fuera
y admitir lo que somos
y aquello que queremos ser,
piel tras piel caída y tras piel,
y descubrimos que no sólo
basta con fluir y esperar,
con observar en silencio,
con transportar nuestra ligereza
a todas partes para poder
atravesar muros y paredes,
sino que a veces hace falta
arremangarse y sangrar
para que los sordos y los ciegos,
los mudos, los sin-tacto,
los sin-sabor y los sin-olfato
nos dejen pasar delante,
si hace falta,
y nos dejen devolvernos
a nosotros mismos
aquello que es nuestro.


Foto: Eva Tusquets