lunes, 17 de noviembre de 2008

El espacio y su memoria (Que no es una momia)

A menudo nos es fácil perdernos en el espacio. El espacio nos recuerda que somos seres presentes, seres físicos, dotados de un cuerpo que lo ocupa. El espacio se vive en el presente, y si nos perdemos en él, es muchas veces porque viajamos al futuro o regresamos al pasado (desde nuestra mente momificada). Si uno se pierde, deja de habitar. Y en el momento en que deja de habitar, tan solo flota, vaga, deambula a modo de presencia incorpórea por el espacio sideral. Sabiendo esto, podemos deducir que la pérdida es siempre virtual. No nos perdemos nunca en tanto cuerpos que somos. Siempre, donde quiera que estemos, estamos habitando, y nos encontramos en un lugar real, en un lugar que existe. El lugar existe porque existimos nosotros, y nosotros existimos porque él comenzó a existir. Nuestros ires y venires intelectuales y emocionales hacen que a veces lo olvidemos todo, perdamos el contacto, y nos dejemos poseer por esa sensación de pérdida. Pero de hecho, nunca llegamos realmente a flotar, a vagar ni a deambular (tan sólo en la ficción). Podemos perder el norte, u olvidar la dirección, o dejarnos las coordenadas en alguna otra parte del mapa. Las reencontraremos rápidamente si dedicamos un segundo a observarnos, a palpar nuestro cuerpo, y a entrar en contacto con lo que nos rodea. Ningún mapa está tan lejos. Nunca se va. Nunca se pierde. No existen los mensajes en una botella, más que en la memoria. Y la memoria, herramienta paralela a los medidores de tiempo, es otra de esas que a raíz de un mal uso, estorba. Sobretodo en los espacios que tienen memoria. Si queremos habitar bien el espacio, deberemos indagar (alertas) en la memoria de nuestro cuerpo, tan sólo para recuperarla, y sin sucumbir en su encanto, en su embrujo de serpiente almidonada (verdadera mutante absorve-sesos).