lunes, 24 de noviembre de 2008

El velo de nuestro afán (Maya y el amor)

El amor es una sustancia que nos expande por dentro. Es parecido a un líquido que nos llena y nos da calor (y nos incendia a veces, cuando es temeroso). Debemos siempre tenerlo en cuenta (en el fondo de todos nuestros actos), y nunca rechazarlo (pues nunca se enfada, pero insistirá). Sabemos que siempre está al acecho, y que está también dispuesto a emprender el vuelo, tanto para ir como para venir. Le es difícil estarse quieto (si no se mueve se transforma). Nos seduce y nos convence como un camaleón. Tiene todas las plazas reservadas, de todos los lugares (y todos los asientos dobles). Él nunca se queda sólo (aunque tampoco lo busca, es mera consecuencia de su inevitable imán). También es bueno saber que siempre se prolonga, se alarga sin resistencias como un elástico. Y siempre está maduro para dar sus frutos. Sin pedir nada a cambio. Pues sabe que la creación es un fin en sí mismo (un fin que no tiene fin).
Nuestra palabra es interminable. Es sonora y generosa. También es muy atrevida (a veces extremada). Ella no se preocupa, y sabe que pocas veces cabe en una sola persona, y por eso salta de un cuerpo a otro, relevando historias, y terminando con una lo que no concretó con la anterior. Es casi un juego de finas transparencias, de velos que descubren lo profundo de todos los secretos (de todos los seres), esos que Maya nos reserva para el final, esos que al final sólo son uno, uno denso y sencillo que guardamos (por olvido) en el fondo del desván (en el rincón oscuro de nuestro afán), de nuestro primer aliento, nuestra primera voluntad (nuestra simple y a veces desdichada, nuestra hiniesta dolorosa, nuestra pura verdad).