viernes, 17 de julio de 2009

Anotaciones sobre el camino informe (2)

Entonces, si como dijimos antes, la libertad no tiene nada que ver con la forma de algo, pero sí con la movilidad que hay dentro y fuera de ella, podemos decir que se acerca más a la aventura de recorrer un camino informe. El camino es informe cuando es difícil de definir, cuando es imprevisible, o cuando no deja de moverse. No deja de moverse porque cambia de forma. O cambia de forma porque no deja de moverse. El origen del camino informe está en la inquietud. Y la inquietud es el primer motor que enciende la posibilidad de recorrer verdaderamente un camino, con unos pies propios y no prestados. El que recorre los caminos de la forma, nunca lo recorre con sus propios pies, sino que lo hace con los zapatos de otro. El camino de la forma, por decir algo, es un camino de segunda mano. Y un camino de segunda mano que no da pie al revisionismo, ni a realizar acciones al estilo del “objet trouvé”, porque sólo deja la opción de recorrer el camino tal y cómo lo recorrieron los zapatos del otro. A la manera de la suela idéntica, cual plagio o como simple imitación, a la manera del fiel falsificador metódico y profesionalizado, funcionario mercantil tal vez. Los caminos de esta índole ya dejan de llamarse caminos, y se convierten, “nomenclaturalmente”, en raíles. Los que recorren los caminos de la forma, los dichos raíles, son personajes que se suben al tren. Y una vez subidos cada uno en su vagón, habiendo olvidado ya la sensación que se tiene al andar con un zapato de primera mano, se dedican a vagar continuamente por los camarotes, circulando del bar a los aseos, de los aseos a la butaca, de la butaca al pasillo siguiente, del pasillo a la litera de la número 3. Y encerrados en ese circular, olvidan que ese tren los llevaban a esa alguna parte, esa alguna parte que ellos andaban buscando días o años atrás. En cierta manera eso tiene un tono de aceptación, de involucrarse con el medio, de armonía simpática con el alrededor. Pero de otra es una pura aniquilación de la conciencia, y eso ya es más peligroso (peligroso para esta especie que un día dijo cogito, ergo sum). Entonces, llegados a este punto, es cuando leemos el periódico y anotamos algo así como la media de ¿una muerte bajo el ferrocarril, metro o tren a la semana? Sea dicho que cuanto más se tarda en recordar la sensación de los zapatos de primera mano, más cuesta que la horma de nuestros pies ya cuadrados accedan a los placeres del calzado informe. Una vez entretenidos demasiado tiempo en las alturas del tren, olvidamos el suelo, olvidamos la tierra y el mar, olvidamos que nuestros pies tuvieron dedos algún día, y también que nos permitieron andar, y con menos facilidad, pero con logro, nadar. Nadando aprendimos los mayores retos que nos propuso la ley del camino informe (dadas las propiedades intrínsecas del agua, que se alejan por apariencia al estatismo seguro de la tierra). Si les dijera que la inmovilidad de la tierra es mentira, como lo es la movilidad del mar, podría decirles que es mentira también la seguridad de la forma y que también lo es la inestabilidad del camino informe. Supongo que aquí hablamos de ese problema de raíz. De esa cuestión tan vieja y tan ardua de asimilar, que trata sobre la importancia de todo lo que no se ve. Y no como frase de cursilería, de loca caballería, o de ciencia paranormal, sino como frase de asimilación y aceptación, y también de honestidad. Algo tan fácil como ser conscientes de lo que somos y de lo que tenemos, algo tan fácil como ser conscientes de todo lo que podemos dar. Mucho más lejos estamos de lo que se llega a ser en el oficio de acumular medallas sobre las vías del tren. Mucho más cerca está, nuestra vieja esencia, nuestra oculta voluntad, de recorrer, con o sin zapatos, las visicitudes imprevistas y nobles del camino informe.