lunes, 30 de noviembre de 2009

Confesiones a medias y cuatro cuentas de collar

No teníamos más cuentas de collar. Ejecutamos a unos cuantos salmos llorones y rompimos cuatro páginas nomás. Comprometimos nuestras llaves con sus cerraduras apuestas, averiguamos cómo saltar sin caer desde tan alto. Respondimos a las mismas preguntas una y otra vez hasta quedarnos con una o dos palabras en la mano, y de la mano a la mesa, y de la mesa al desván. No supimos qué hacer con cada palabra, no supimos dibujar ni reír, ni siquiera trazar un plan. Las arrinconamos como quien ya ha perdido la noción del tiempo, o como quien lo conoce demasiado bien como para verlo, las arrinconamos como quien ya ha perdido el sentido en que giraban las agujas del reloj. Estupendamente reunidos con las patas bajo una mesa y las manos entre ese “uno” y ese “otro” lugar, aprendimos a decir callando todo lo que aprendimos. Y lo aprendimos casi sin mirar. Recomenzaba y nos dijimos “no hay tiempo”, y tras la puerta tú dijiste “ya no hay cuentas de collar”.