domingo, 11 de abril de 2010

El último sillón.

Si del silencio nacen las cuerdas y las cribas.
Y si los ritmos se llamasen ribas.
Si preguntando marzo se convirtiera en vino.
Si el capitán, saliendo, se cruzara, fino.
Si los salitres dieran más que alquitrán,
Más que el vecino, sonreiríamos
Sin muerte, sin suerte, sin luces de ricino.
Y si el aceite nos diera más que preguntar,
Más que decir, quizás tu espada entonces
Quizás, se enfundaría luego en otro bosque.
Y si las cuerdas se enredaran más,
Caerían libres entre ramas y escudos, luego,
Me pedirías por favor que te trajera una copa,
Un vestido, una llanura y un trozo de este pino.
Pues conseguiste amordazar todo lo vivido,
Lo muerto y lo vivo, lo acometido y lo que sientes,
Perdido. Y ni las sombras te devuelven —al nido—.
Quiero más de una torta, pido más de un soplido
Y vuelvo, unido, fuera de lugar —adormecido—.
Ni las plantas ni los sauces hicieron su efecto,
Ni las ranas ni los ruidos del collar.
Ni los vaivenes nunca atendidos
Despistaron mi aliento, ni mi sal, del mío.
Ni mi destino ni el tuyo, ni mi sonrisa ni tu mar,
Ni mi bebida ni tus puertas de lima dura de limar.
Yo te seguí desde el final del puente, esperando
Sin tregua una última ciudad.
Y me caí rodando como los que suelen caer, sueltos,
Sin cuerdas ni alambradas, sin rieles que valgan.
Sin pan ni después. Tu mundo en un instante.
Hoja vacía en el recibidor. Sopapo triste y de un tirón,
El pelo llorando como la niebla vacía, como la niebla
Que se extiende del castillo al lago, del lago a la ciudad.
Y la verdad que ya no existe sin el último rincón
De la morada casual. El ínfimo sillón, la huerta,
el resto del collar. La vendimia —tuerta—
y un poco de lugar.