miércoles, 28 de abril de 2010

Punto y final. Maíz sin pan.

Las palabras torcidas
como tubérculos que mienten
por falta de raíz.
Las condenadas renacidas
sin suerte, dicha alguna,
sin comida y sin fuerte
dónde dormir.
Las relajadas estrechas y muertas,
o ni tan solo; simplemente tuertas.
Aprovechadas, sin sol ni rey,
sin astro entero, sin sombra
y sin deber.
Las exiliadas sin vuelta
se encuentran, se saludan, se mienten,
en fin sin cláusulas, composturas,
sin reinas ni monturas, ¡sin un maldito alfiler!
se pierden, se desencuentran, se escaman solas,
pero quedan bien.
Tan bien que vuelven a salir
y esperan que les devuelvan la espada, el reino,
la torre y el guardián, las patatas y las chifladuras
del gobernante fiel a su propia piel, los zapatos,
los vinos, la fiesta y la algarabía sin fin (y sin final),
las esperanzas sin noble, las estrecheces sin nombre
y las promesas que quedan, que quedan por contar.
Punto y final.
Pero entonces llegan sus hermanas las reyertas,
reyertas para siempre, endiabladas y enhiestas,
cumplimentadas y estupendas, entabladas fuera
de la ley, y levantan piedras, hortalizas y hiedras,
sin preguntar ni decir, sin retorcer ni huir, (sin sal),
sin estrategias ni cáliz, sin esbozos ni cabo; sin final.
Y se las llevan vendidas una a una, de par en par,
señaladas, con y sin faltas, pero libres, libres,
constructoras, y envueltas de raíz. Puro maíz.
Maíz sin pan.